El término cholo/a siempre ha estado relacionado con lo indio y por la herencia colonial, lo indio ha tendido a ser inferiorizado. Según Manuel Espinoza Apolo (2003) “la palabra «cholo» fue utilizada desde inicios de la colonia como sinónimo de perro para llamar a los hijos de españoles con mujeres indígenas. Estos fueron estigmatizados diciéndoles perros o cholos, indistintamente “(p. 32,33). Actualmente, en países como Bolivia al igual que en Ecuador “la denominación de “mujeres de pollera” —como se autoidentifican— es un espacio común, de “lo indio” y “lo cholo”, a partir del cual interpelan los procesos de colonialidad estructurantes (...)” (Díaz, 2014, p.139)
En el caso específico de la chola cuencana, Mancero (2012) explica que esta “(...)fue [es] un ícono manipulado por las elites conservadoras como símbolo de la identidad y orgullo regional a mediados del siglo XX” (p. 298) y a raíz de la designación de Cuenca como Patrimonio Cultural se vio la oportunidad para posicionar a Cuenca internacionalmente entonces se volvió a usar a la chola como una imagen exótica e identitaria que serviría para atraer el turismo, algo que se mantiene hasta la actualidad. Ron (1977) lo define como “las mistificaciones de la cultura popular, las deformaciones folkloristas de interés turístico, las exaltaciones fetichescas o el olvido interesado” (p.53). El autor agrega además que si una cultura popular tiende a degradarse o estancarse es debido a la represión cultural que responde a intereses que están lejos de las mayorías.
Esa imagen construida de la chola arrastra una fuerte carga colonial que tiene que ver sobre todo con el primer eje de la colonialidad que describe Walsh (2012): el eje del poder y se refiere al establecimiento de un sistema de clasificación social basada en una jerárquica racial y sexual, y en la formación y distribución de identidades sociales de superior a inferior: blancos, mestizos, indios, negros (p.113). Se habla de esa jerarquía racial y sexual porque como explican Valcuende del Río y Vásquez (2016):
"Entre la población blanca e indígena están los mestizos, jerarquizados entre los urbanos "blanqueados" y el mestizo rural. En esta categoría se encuentran los invisibilizados "cholos" y especialmente "las cholas", identificadas fundamentalmente por una forma de vestir y sus dos trenzas características, que las diferencian de las indígenas. Las cholas pueden ser urbanas o rurales; indígenas asimiladas a los mestizos, y mestizas que ocupan una posición inferior, en relación con los mestizos blanqueados. (p.309)"
Mancero (2012), reafirma esa clasificación al concluir que: “las cholas son las mestizas más indias, tradicionalmente destinadas a oficios de servicios y aquellas que trabajan en condiciones insalubres” (p.273). La jerarquía sexual se evidencia además cuando es la chola mujer a la que se le ha otorgado el rol identitario más no al cholo. Por su parte, Rivera Cusicanqui (2010) dice que en el colonialismo las palabras tienen una función singular: “las palabras no designan, sino encubren ( p.19)”, y eso es lo que ha pasado con la “chola cuencana” que ha estado durante décadas posicionada de tal manera que ha podido encubrir el orden jerárquico racial que la cuencanidad ha creado y mantenido hasta hoy. Sin embargo, ese clasismo se revela cuando las mismas palabras arrojan su definición práctica o cotidiana. En la segunda edición “La lengua Morlaca”, una especie de diccionario que contiene palabras y expresiones de los cuencanos, su autor Oswaldo Encalada (2018), incluye términos que reflejan la condición de la mujer de este estudio:
Chola: La mujer de extracción indígena, pero que tiene presencia en la ciudad.
Chola Cuencana: La mujer de extracción popular, que es el ícono de la ciudad de Cuenca. Con este mismo nombre se conoce una canción que se ha convertido en el himno popular de la ciudad.
Cholear: Tratar muy mal a una persona, es decir, como si fuera un cholo. Marginar a alguien. (p. 68,69).
En esta última palabra “cholear”, que incluso existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, se pone de manifiesto el déficit apropiativo del término «cholo» que según Espinosa Apolo (2003) “se explica sin duda por su notoria carga peyorativa y despreciativa” (p.38).
De igual manera, a la chola se la puede analizar desde la colonialidad del ser, que es el tercer eje. En este hay una especie de inferiorización que incluso supone la no existencia de ciertas comunidades. Se refiere a una categoría étnica que por un lado sirve para reconocer la existencia, pero es peligrosa porque se la mira desde lo especial haciendo que se mantenga la colonialidad (Walsh, 2012). Ese afán de suponer la no existencia se refleja cuando la chola es destinada solamente al área rural, lejos de la urbe moderna y civilizada. Por otro lado, se manifiesta como categoría étnica por ejemplo en el museo etnográfico Pumapungo de Cuenca en donde aparece la figura de la chola en tamaño real como esa mujer de pollera, es decir con su vestimenta típica y una leyenda que reza:
A la Chola Cuencana, representante auténtica del mestizaje indio-español, se la encuentra en varios cantones de la provincia del Azuay, como Paute, Gualaceo, Sigsig, y en los pueblos aledaños, pero principalmente en su capital provincial, Cuenca. Trajes vistosos, de llamativos colores, varias polleras (faldas de paño), blusas bordadas, paño de ikat, (...) vistosos zarcillos (aretes largos), y sombrero de paja toquilla, por lo general tejido en casa, forman su atuendo.
Es cuando el imaginario se vuelve visible y se legitima. Como dice Enrique Carretero (2011) “(...) puesto que la naturaleza del «Imaginario social» es propiamente inmaterial, ideal, el mantenimiento y reproducción de las identidades colectivas exige que aquél se vea materializado, encarnado, en algo material. El «Imaginario social» se hace visible –y también manipulable- en el privilegiado dominio de lo simbólico” (p.102). Ese imaginario se ve materializado en distintos momentos que por lo general están relacionados a eventos colectivos compartidos como el Pase del Niño y sobre todo las fiestas de la ciudad, la chola es la figura de la que se habla y la que se muestra a los turistas como esa mujer sonriente y colorida que carga con todo el peso de los tradicional, para decir que es eso lo que hace especial y único a Cuenca. García Canclini (1989) habla sobre la teatralización de lo popular, en la que aparecen como responsables el folclor, las industrias culturales y el populismo político. En los tres casos lo popular no es algo existente, es más bien construido, es decir, puesto en escena. Existe, entonces, una construcción que cae en una dualidad: pues por un lado la chola es ese ícono identitario, pero por otro es una mujer discriminada y marginada que responde a un orden social.
Además, existen ciertos mecanismos que sirven para mantener esa estratificación social y es que “las significaciones imaginarias sociales también mantienen y justifican un orden social. Es lo que se conoce como los problemas de la legitimación, integración y consenso de una sociedad” (Cabrera, 2004, p. 3). En este caso de estudio, nos sirven dos ejemplos: la elección de la Reina de Cuenca y la elección de la Chola Cuencana que tienen diferencias fuertemente marcadas, así lo explican José María Valcuende del Río y Piedad Vásquez Andrade (2016):
La elección de la Reina de Cuenca y la Chola cuencana marcan una clara jerarquía entre las mujeres del mundo rural y urbano. Esto se manifiesta en las características de las candidatas y del propio evento, en el tipo de regalos, en los niveles de profesionalización, en las escenificaciones y en los diferentes papeles institucionales (p.313).
A esta jerarquía podemos incluir el certamen Reina de los Barrios, que se encuentra en la mitad, es decir, entre la Reina de Cuenca y la Chola Cuencana. Es necesario analizar la relación de lo urbano y lo rural que mediante actos como estos certámenes que están cargados de elementos simbólicos pareciera como si fueran mundos contrapuestos y separados. Se propone, más bien, descartar al área rural como un mundo independiente que se configura por sí sólo para así evitar “el error de deslindar lo rural de lo urbano pues, como se sostiene en la actualidad, la diferenciación entre las zonas rurales y urbanas es cada vez más difusa y menos rígida” (Ballara y Parada, 2009, p.13). Si bien tienen diferentes dinámicas y características lo rural y lo urbano está en constante interacción y como dice Díaz (2005) en su investigación sobre arraigo en el medio rural es “la sociedad quien construye mundos rurales y urbanos” (p.65). Según la misma autora, las percepciones que existen de lo rural surgen de la interacción de los individuos. Se puede evidenciar esa interacción en el caso específico de Cuenca en donde “hay un movimiento de las elites en un doble sentido, por una parte han “urbanizado” a la chola en cuanto ícono turístico y por otra parte la han “ruralizado” en cuanto a identidad racial” (Mancero, 2012 p.298, 299). Ocurre entonces lo que Silvia Rivera (2010) llama la “inclusión condicionada” en donde existe una ciudadanía de segunda clase.
Valcuende del Río y Vásquez dicen que la chola “es también, fundamentalmente a nivel político, discurso y disfraz, pero sigue siendo visible en la cotidianidad de la realidad urbana y rural” (2016, p.310). Es decir, hay una chola creada mediante discurso y una chola real que transita por la ciudad, y es esa chola a la que queremos aproximarnos para cuestionar de manera reflexiva ese discurso y disfraz. Complementariamente a lo que expresa Larraín (2001):
(...) el proceso discursivo de construcción de una identidad cultural puede fácilmente llegar a ocultar diversidades y antagonismos reales de la sociedad. Todo intento por fijar de una vez para siempre los contenidos de una identidad cultural y toda pretensión de haber descubierto la "verdadera" identidad de un pueblo pueden fácilmente ser usados por determinados grupos y clases en beneficio propio. (p.62)
En las imágenes aparecen una Miss Ecuador, una ex vicealcaldesa, la caricatura de un ex alcalde que se hacía llamar Chola Cabrera y un ex prefecto.
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