Polvo enamorado
Gabriela Ruiz Agila
@GabyRuizMx
Polvo estelar, data del génesis, el vértigo de los planetas, encuentros rocallosos alrededor del sol, y el desplazamiento de la materia del olvido. El espacio interplanetario no está vacío. Salgo a la terraza a mirar el cielo. Estoy en mi casa en el nocturno valle que me vio despedirme tan joven. A veces, recuerdo caminar en Baja California y le pido a su rojizo desierto devolverme mi primer paso, resúmenes de lo que ya no soy.
Me siento brillar como un escarabajo pinacate entre las piedras calientes. Un bosque de sahuaritos me protege de la lluvia estelar y el rayo paralizante de la luna. Ahí corrí con los ojos cerrados en una noche cimarrona. Mis amigos, Chava y Jorge Alonso, gritaban para resonar y no chocar entre ellos. Yo también grité para orbitar las dunas, tinajas y manantiales ocultos. Los coyotes, se escondían entre los ocotillos lejos de nuestro alcance porque el desierto como el mar, son territorios de magia para trashumantes.
En un libro que leeré en el futuro, Don Juan, desde su viaje a Ixtlán, pronuncia las palabras precisas para cortar la arena: “—Cuando nada es cierto nos mantenemos alertas, de puntillas todo el tiempo —dijo él. Es más emocionante no saber detrás de cuál matorral se esconde la liebre, que portarnos como si conociéramos todo.”
Sigo corriendo en la dirección que elijo hacia la nada. El silencio que me regalo, me saca de la escena de un baile electrizante. Entro a otra dimensión. Escucho que alguien me llama por mi nombre y me dice: “No sabía dónde buscarte, estuve en Vícam, Sonora y les pedí que te buscaran.” Soy un meteorito amarillo que se enciende con el fuego sagrado de las palabras como deseos. Choqué con otro meteorito de un profundo azul.
Fragmentos de escrituras antiguas, pedacitos de cometas y el calor solar, se desprendieron en nuestro primer abrazo. Juntos atravesamos la órbita de la tierra. Quien se aventura en el desierto, levanta la cabeza y se halla envuelto en estrellas. Solo es posible orientarse en el paisaje sideral para quien sabe navegar en su interior.
Estoy corriendo. El miedo hace que me detenga. Mi velocidad de meteorito se estrangula. Las plantas de mis pies se hacen pesadas. Y abro los ojos para tragarme la oscuridad con un baño de estrellas. El miedo no me deja ver el futuro y un cráter delante. Un meteorito es un cuerpo de luz que colisiona sobre suelo terrestre. Estalla, se entierra, liberando toda su energía. El miedo no me deja escuchar que más tarde y en otra lluvia, un hombre azul me contará un sueño donde una mujer misak le pide cuidar. Yo tendré en las manos un libro de viajes que deja las enseñanzas de un viejo yaqui.
Los meteoritos podrían ser las causas de extinciones antiguas. Si un meteorito puede atravesar intacto la atmósfera terrestre, y resistir la presión, es tan brillante como Júpiter o Venus. La única diferencia con las estrellas fugaces es el volumen de su cuerpo pues los científicos aseguran que no llegaron a ser planetas. —“Seguirán encontrándose” —dice el mensajero. En un meteorito hay un corazón de estrella palpitando. Dicen que existen estatuas de hombres talladas con meteoritos. ¿Son también polvo enamorado?
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Investigadora en prensa, estudios migratorios y derechos humanos. Ha colaborado como articulista y cronista para diversos medios impresos y digitales del país. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo Eugenio Espejo; segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía Ismael Pérez Pazmiño; entre otros. Madame Ho en literatura.