Un club de lectura feminista

Por Gabriela Ruiz Agila

@GabyRuizMx

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De izquierda a derecha: Carmen Pais, María Laura Coello, Tania Chapa, Gabriela Ruiz, Martha Burbano, Antonia, María José Larrea y su hija Paula.

En la calle Luis Cordero, el distraído taxista me deja frente a la puerta del Teatro de la Casa de la Cultura en Azuay. A unos pasos, se encuentra Palier Café Libro, como si fuera el punto caliente que representa su ícono publicitario en medio del Centro Histórico de Cuenca. Ahí tengo cita pactada con el Club de Lectura Feminista “En Perspectiva Lila”.

Todo viaje trae consigo otros tiempos y otros espacios recorridos, y también los libros que leo: Diario I. 1931-1934 (RBA, Barcelona) de Anaïs Nin, Mandíbula (Ed. Candaya, Barcelona) de Mónica Ojeda, y Lecciones de Abismo (Ed. La Caída, Cuenca-Buenos Aires) de Cristóbal Zapata. En estos días, hago lecturas pausadas –acaso fragmentarias– de los libros que el azar objetivo me trae como regalo. 

Soy lectora de diarios, y escribo los míos. El Diario de Anaïs Nin apareció en la Bibliorecreo por sugerencia de su administradora y una de mis libreras favoritas, Claudia Alexandra Bugueño. Es uno de siete tomos de su Diario editados por Gunther Stuhlmann a partir de 1966. He descubierto la ternura de la habitante de una casa de campo que cuida de ella como si fuera su propio cuerpo: un altar antiguo donde la vida moderna no ha logrado influir ni cambiar nada en él, sobre una colina que domina el Sena. 

En las noches claras puede verse París. La casa tiene un bosque alrededor, un estanque restaurado, habitaciones pintadas de un color diferente, un jardín que huele a madreselva en el invierno y el verano, y once ventanas cubiertas de hiedras, de las cuales una está ciega –describe la autora– y está allí solo para conservar la simetría. Recordé una puerta en lugar de una ventana. Debí revisar el texto original y preguntarme por qué como a Anaïs, “la vida corriente no me interesa”. 

Me recibe en la puerta de Palier, Carmen País. Me integran a una mesa colocada en un pequeño jardín frontal donde las chicas esperan. Entre ellas, se encuentran María José Larrea Dávila, la autora de “440”, un genial cuento inscrito en la guerra lleno de la descripción exquisita de una observadora tenaz. La acompaña su hija. Cuando llevábamos juntas el Taller literario “Palacio (I)caza de palabras” me prestó el libro de su mamá, Memorias de Adriano escrito por Marguerite Yourcenar. Saludo con las asistentes. Llevo puesto un bléiser amarillo bañado en crisantemos azules y rojos. 

Les cuento de mi preocupación actual sobre hallar una casa donde me sienta como Anaïs, dueña de su orden, color y estaciones. No les hablo de la incertidumbre que me causa estar en el capítulo tres de la novela Mandíbula, y donde presiento que el argumento protagonizado por colegialas, quizá guarda las pequeñas batallas y triunfos de las ‘niñas bien´ haciéndose mujeres que habitan los cuartos de una enorme casa abandonada a orillas de los manglares. Es casa, ¿es el espacio arrebatado sobre nuestra fertilidad y decisión? Tampoco les cuento que atravesé las nubes del Austro leyendo La Prenda, un cuento escrito por Cristóbal Zapata e inspirado en el poema de John Donne. Me bajé del avión cargada con un rayo que me electrificaba las puntas de los dedos y la lengua. 

No hay tiempo para hablar de los días de iluminaciones y fiebres. Llego a ustedes queridas lectoras con mis habitaciones pintadas de un color diferente. A contarnos, si se puede, que ser mujer y ser escritora es desafiante en un mundo hecho por los hombres. Es inevitable que pregunten por qué me llaman Madame Ho y que aclare que no se trata de un personaje, sino que verdaderamente soy yo. Riri, mi hija, está conmigo porque soy consciente de mi origen, y el largo viaje de mis ancestros.

“Hay un desafío constante contra el sistema en ser madre saliéndose del molde virginal, sumiso y abnegado que el patriarcado ha diseñado para nosotras”, les digo como si fuera también la propagadora de una idea degenerada. Me preguntan sobre los hallazgos en mis poemas: el no lugar que se siente como desarraigo, las fechas que elegí para nombrar acontecimientos políticos, y si estos son poemas de amor. Lo cierto es que el paisaje de guerra desde el que escribí se ha ido extinguiendo, y ahora siento el reposo junto a un conjunto de islas en la noche después de un naufragio. 

¿Quién lee a quién? ¿Solo se leen libros? La Lección de Abismo escrita por Cristóbal Zapata cierra citando el poema completo de Donne, con la sensación del calor que experimenta el cuerpo joven en sus primeros incendios: “Comprendió, con una mezcla de excitación y alegría, que abrir un libro es como abrir un cuerpo, que ambos actos inauguran un mundo”. 

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