Periodismo con Memoria
TRES ROSTROS NO ANÓNIMOS DEL ACTIVISMO LGBTI
Hace 22 años, Jorge, Vanessa y Adele eran considerados delincuentes. Tenían 10, 7 y 3 años respectivamente, y no imaginaban que sus vidas estarían marcadas por el activismo o la lucha por conquistar derechos para mostrar libremente su sexualidad. La homosexualidad fue un delito en Ecuador hasta el 27 de noviembre de 1997, cuando las acciones de las personas trans, gays y lesbianas dieron paso a la ‘Revolución Gay’, que logró que el Tribunal Constitucional derogue el primer inciso del artículo 516 del Código Penal, que establecía que “en los casos de homosexualismo, que no constituyan violación, los dos correos serán reprimidos con reclusión mayor de cuatro a ocho años”. De acuerdo al estudio publicado en 2017, ‘Realidad Política, Derechos, Discriminación y Violencia de la Población LGBTI de la ciudad de Cuenca’, el 71,28 por ciento de las personas LGBTI encuestadas han sido discriminadas. Mientras que, 8 de cada 10, han sufrido algún tipo de discriminación manifestada como agresión física o psicológica. Las historias de Jorge, Vanessa y Adele evidencian esta realidad.
-JORGE-
Jorge Betancourt nació en Arenillas, un cantón de El Oro en la costa ecuatoriana. Cuenta acontecimientos tristes y alegres, con el mismo tono de voz y gestos similares. La conversación suena acompasada, a pesar de las múltiples interrupciones por el movimiento constante de las personas en las instalaciones de su negocio. Su adolescencia estuvo marcada por el miedo, la incertidumbre de no saber quién era y el acoso de sus compañeros del colegio. “Me silbaban, me seguían, se burlaban de mí todos los años”, dice. Además, “la materia de Educación Física era un martirio: cambiarme de ropa, mostrarme, vestirme como los hombres”. El estudio de caso publicado en 2013 sobre las condiciones de vida, la inclusión social y el cumplimiento de los derechos humanos de la población LGBTI en el Ecuador, realizado por la ‘Comisión de Transición hacia el Consejo de las Mujeres y la Igualdad de Género’ y el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, INEC, indica que el 40 por ciento de la población LGBTI ha sentido discriminación en el ámbito educativo. Ni Jorge ni su familia tenían acceso a la información sobre las diversidades sexuales. Su padre le decía que quería cambiar “su forma de expresar su sexualidad” y lo amenazaba con enviarlo al cuartel a cumplir con el servicio militar. Cuando el joven cumplió 18 años metió su ropa en unas fundas e intentó escapar de su casa en Arenillas. El recorrido en el bus parecía normal hasta que en una de las paradas divisó a sus familiares esperándolo junto a la Policía. Desesperado le pidió al cobrador que le dejara esconderse en el baño pero lo encontraron. “Me asusté mucho porque yo no soy uncriminal”, cuenta con una voz que se quiebra de vez en cuando. Recuerda las luces de los carros policiales, a las personas que vieron lo que sucedió y la sensación de vergüenza acumulada como en los días de colegio. “Creo que el primer espacio de lucha es la familia y a mí me costó años. Vivía con nervios y miedo. Tiempo después, en mi casa decían apoyarme pero me pedían que evite expresar mi orientación sexual en público”, comenta. Enel estudio publicado por la Comisión de Transición y el INEC, se evidencia además que el 70,9 por ciento de la población LGBTI vivió alguna experiencia de control, imposición, rechazo y violencia, en su entorno familiar.
Jorge reside en Cuenca desde que cumplió 19 años. Asegura que esta ciudad le permitió descubrirse, empoderarse y alcanzar logros académicos. Aquí, fue recibido por los familiares de su amigo Moisés e inició sus estudios en Ingeniería en Marketing, gracias a un crédito económico. Mientras cursaba la universidad conoció sobre las fundaciones que trabajan a favor de los derechos de las poblaciones vulnerables, como Sendas y Pájara Pinta. Jorgito, como lo llaman en su entorno, aceptó con orgullo su homosexualidad al convertirse en activista. En 2012, junto a otros activistas crearon el colectivo Verde Equilibrante, enfocado en los derechos humanos, sexuales y reproductivos, y en la incidencia en políticas públicas de la población LGBTI.
Lo que arrancó con difusión de información a través de redes sociales, talleres, eventos de inclusión social y consejería, se consolidó en un trabajo conjunto con otras organizaciones. Enseguida, desde el colectivo propusieron la ‘Ordenanza para la promoción y garantía de los Derechos Sexuales y Reproductivos’, que institucionaliza la Red de Salud Sexual y Salud Reproductiva, ‘RedSex’, y fue aprobada en mayo de 2013. El objetivo de esta Ordenanza es “garantizar la implementación de políticas públicas destinadas a la vivencia plena de los derechos sexuales y reproductivos, así como al acceso igualitario a la atención de la salud sexual y reproductiva para toda la población, tanto del área urbana como rural del cantón Cuenca, con énfasis en adolescentes y jóvenes”. En septiembre de ese mismo año empezaron la socialización de la nueva ‘Ordenanza para la inclusión, el reconocimiento y respeto a la diversidad sexual y sexo genérica en el cantón Cuenca’, cuyo fin es garantizar los derechos de la población LGBTI y crear políticas para evitar la discriminación. Se aprobó en primer debate en el 2014, durante la administración del exalcalde Paúl Granda, y en segundo debate en febrero de 2016, en la administración de Marcelo Cabrera. Esta normativa fue creada conjuntamente con los colectivos ‘Silueta Cuenca’, ‘Las Raras’, ‘Cuenca Inclusiva’ y ‘Red LGBTI del Azuay’. Verde Equilibrante se reconoce como la primera organización LGBTI de la ciudad. Desde sus inicios trabaja en campañas de prevención e información sobre el Virus de Inmunodeficiencia Humana, VIH. En el 2017 junto a la Universidad de Cuenca y la fundación Manos Solidarias desarrollaron el primer estudio científico sobre la realidad LGBTI en el cantón. Organizan también el festival internacional de cine ‘El Lugar Sin Límites’.
Jorge explica emocionado que ha alcanzado la aceptación total de su familia: “Cuando han habido reconocimientos en el activismo, para la organización o para mí, vienen mi mami, mi hermana o mi papi, y me dicen que se sienten orgullosos”. Consiguió además que se incluya a su pareja, Víctor Castro, en las reuniones familiares. Víctor y Jorge llevan diez años de relación y han sorteado obstáculos como la discriminación laboral y el acceso a la vivienda. Esto los llevó a crear juntos un emprendimiento para vender suplementos nutricionales y productos de cuidado personal. “Víctor como pareja significa un compañero de vida que no está ni adelante ni atrás, sino a mi lado”, explica sonriente mientras mira a su novio colocar una mascarilla auna de susclientes. A sus 32 años, el activista cuenta su historia sin evadir la mirada. Él dice que tanto el miedo como el activismo “son sinónimos de estar vivo“.
-Vanessa-
““Lo más difícil que te puede pasar como mujer lesbiana es que intentes estar con un chico y tener una doble vida”, afirma Vanessa Morocho de 29 años. Sintió que le gustaban las mujeres cuando tenía 16. Nadie hablaba de lesbianismo, dice, entonces creó un perfil masculino falso en redes sociales para conocer a otras mujeres. Tenía miedo de descubrirse y pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación “chateando y coqueteando con chicas virtuales”. Un día se atrevió a crear un perfil real y tuvo relaciones sentimentales a distancia, sin que nadie se enterara. “Llevaba una doble vida porque fuera de mi cuarto intentaba tener un novio para caber en eso de la normalidad, pero no funcionó”, confiesa. Cuando cumplió 20 años, Vanessa le contó a su familia que era lesbiana. Su madre descubrió en su habitación, un póster camuflado del dueto musical ‘t.A.T.u.’, unas cantantes rusas que manejaban ante el público una imagen homosexual; además de cartas dirigidas a su novia. Su familia, explica, intentó “hallar las razones de su condición” e incluso sintió que la alejaron de su hermana de dos años. Ella empezó a convencerse de que necesitaba ayuda y buscó un psicólogo, quien en una de las terapias le dijo: “Yo puedo curarte, solo necesitas que un verdadero hombre te toque”.
Vanessa se refugió en el estudio y conoció en la universidad a su amigo Carlos, quien le llevó a su primera reunión del colectivo LGBTI Verde Equilibrante. En ese momento empezó toda mi vida loca y feliz de activismo que llevo hasta ahora. Me reconstruí, aprendía aceptarme y salí de la ignorancia.
La activista asegura no haber sido víctima de discriminación social. Sin embargo, cree que aunque existan normativas que exigen la inclusión, el reconocimiento y el respeto a la diversidad sexual y sexo-genérica de las personas, no hay un respaldo real hacia la población LGBTI. “Siento que las únicas personas que conocemos las ordenanzas, somos quienes estamos vinculadas con temas de activismo, derechos y género. El resto de personas no sé si se interesan realmente por informarse”.
Durante la conversación, Vanessa repite varias veces que el activismo la llevó al empoderamiento. Actualmente, tiene además el apoyo de su familia.
-ADELE-
“Adele Pesántez es una mujer trans, es decir, forma en la que ella se identifica es diferente a su sexo biológico. Se autodefine como “la reina de la noche”. Nació en el valle azuayo de Yunguilla hace 25 años, pero vive hace dos décadas en Cuenca.
En esta ciudad obtuvo los títulos de psicóloga organizacional por la Universidad del Azuay y de técnica de baile en el conservatorio José María Rodríguez. Que adora bailar y modelar, dice.
Mientras habla de su proceso de transición llega a su memoria el recuerdo de cuando tenía seis años y soñaba con ser una mujer.
Usaba la ropa de mi mamá y mis hermanas, y durante mi adolescencia mantuve el deseo de vestirme así, pero lo reprimí porque tenía miedo al rechazo de mi familia y mis amigos.Cuando tenía 18 años les conté que me gustaban los hombres y mi madre me dijo: “prefiero que estés muerto”. Muchas veces sentí depresión.
Un par de años después se involucró con el activismo y ahora es parte de la organización LGBTI ‘Silueta Cuenca’. Ser activista, afirma convencida, le ayudó a entender cuál era su verdadera identidad, a expresarla y sentirse mejor consigo misma, pero sobre todo, aprender sobre los derechos de las personas sexualmente diversas.
Lo de “reina de la noche”, más que un sobrenombre fue una realidad, pues Adele salía a las fiestas usando vestido y tacones, pero a la mañana siguiente vestía otra vez una ropa holgada. Esto, lejos de entristecerla lo recuerda con una gran y pícara sonrisa. Todavía no tiene el apoyo de su familia y hace un año y medio se sintió frente a un dilema. Lo resolvió y empezó a usar hormonas. Si bien no las obtiene del Ministerio de Salud Pública, reconoce que aquí existe personal capacitado y sensible para atender a las personas LGBTI, aunque también la han discriminado.
La persona encargada de referirme al endocrinólogo se negó a darme una cita. Me ofendió y se refería a mí como “él”, pero yo averigüé su nombre y puse una queja formal para que en futuras ocasiones, las personas trans sean tratadas con respeto. Adele recalca la importancia de que el proceso de hormonización sea controlado por un endocrinólogo. Según el estudio ‘Realidad Política, Derechos, Discriminación y Violencia de la población LGBTI de la ciudad de Cuenca’, solo nueve personas de las 101 encuestadas han utilizado alguna vez hormonas sin una adecuada orientación, lo que puede ocasionar perjuicios a la salud.
Además de las hormonas, ella considera que debería optar por el cambio de nombre y género en su cédula de identidad. Cree que la aprobación en el 2016 de la Ley Orgánica de Gestión de la Identidad y Datos Civiles del Ecuador, que permite cambiar la palabra ‘sexo’ por ‘género’, significó un importante avance a favor de los derechos de las personas trans. Desde junio hasta noviembre de 2019, en Cuenca, 13 personas han inscrito su género en su documento de identidad, según los datos del Registro Civil.
Tal vez si en mi cédula constara Adele Pesántez, género femenino, ya no tendría que pasar por esos momentos en los que me la han devuelto y me han juzgado. Hasta me han obligado a firmar varias veces para corroborar mi identidad. Esta Ley ha tenido varias observaciones por parte de los colectivos LGBTI porque el trámite solo puede realizarse en cuatro ciudades del país: Guayaquil, Quito, Manta y Cuenca.
Así como habla de aciertos, Adele cuestiona una falta de políticas laborales y de acceso a la educación para las personas trans. Sin embargo, se define como una mujer feliz porque hace seis meses se viste con la ropa que ella quiere. La lucha de Jorge, Vanessa y Adele es la que enfrenta a diario la población LGBTI en Ecuador, incluso 22 años después de la despenalización. Las estadísticas demuestran que la discriminación todavía existe.
–
Este texto fue escrito por: Daniela González, Aquiles Román, Nicole Torres, Pablo Villavicencio y Gabriela Loja; y es el resultado de una iniciativa de Sin Etiquetas y se desarrolló luego de dos talleres. Cuentan con la edición de Issabel Aguilar y el apoyo de Fundación Rafalex y La Andariega.