Mundal Ruido: Tarqui, música, frío, cuerpos en movimiento y lodo en los zapatos
Por Cristina Fernández de Córdova
“Una cosa es hacer un click y otra llenarse de lodo”
La gente se agrupaba, no parecían ser muchos, pero todos fijaban estáticos los ojos en el escenario. La banda La enemistad del camarón brujo parecía estar lista para su presentación y así dio inicio al concierto que pondría a diez bandas locales en escena. A la par comenzó la lluvia, pero nadie se movió más que los muchachitos con sus cámaras. Jaime Martínez, organizador del evento, subió al pequeño escenario azul, presentó a la primera banda comparando su talento con el de Sal y Mileto. Atenta de sentir si efectivamente estos muchachos que dicen buscar las raíces de la cultura ecuatoriana, ser orgánicos y mantener el rock siempre vivo, podrían ser herederos de una de las bandas más importantes del rock libre ecuatoriano. Todos los presentes escuchaban vigilantes. Al frente, muchachas gritaban y saltaban haciendo notar la afiliación con la banda y la exorbitante juventud. Ya sonaba la pequeña muestra de bandas Mundanal Ruido, con lluvia, lodo, cerveza y gente moviendo su cabeza expectante de presenciar el talento ecuatoriano.
Al terminar la primera presentación la lluvia aumentó haciendo que todos se refugiasen dentro del centro cultural. Por un buen rato solo se escucharon las voces de la gente en un fondo de lluvia, hasta que solo quedaron las voces y La Revuelta empezó su presentación. Todos salieron a escuchar a una banda que “trata de expresar sentimientos de ira y desconformidad que se puede sentir en la juventud “, y que entre risas y burlas narra la importancia de ser honestos y aprender a “sonar como uno mismo”. Porque, como ellos dicen: hay que tener valor para tocar algo como esto.
Empezaba a oscurecer y apenas habían tocado dos bandas, pero eso no parecía importar mucho. Los que acordaron ir de a dos se abrazaban y compartían calor, los demás solo compartían espacio y conversación. En este ambiente se situaron en el escenario Cosa Custode y los Kamikaze, una banda que es “una jorga de panas más que una banda” sin una influencia concreta, (respondiendo así a la pregunta de que si lo de Kamikazes viene de uno de los mejores discos de Spinetta). Buscan tener un sonido único y propio tomando en cuenta que todos los integrantes tienen influencias muy amplias y distintas. Cosa Custode mencionó que las letras las escribe él, y que los kamikazes son una familia que lo apoyan en plasmar “lo que se vive en el día a día, los sueños que se intentan cumplir, la gente vagabunda tratando de encontrar algo”
Cosa Custode y los Kamikazes abrieron a Los Zuchos del Vado que, según nos contaron varios de los asistentes, fue la banda más esperada del día. Ellos fueron las cabezas de este evento, sobre todo Jaime Martínez que con su actuar recuerda a Bob Dylan en sus inicios, un ser descomplicado, profundo y honesto. La gente se mostró sumamente entusiasmada al poder presenciar el fin de la gira que supuso siete meses y catorce presentaciones: Cucarachil. Inició el mosh, todos y todas coreaban las canciones, y una de las hijas de los integrantes, situada junto al escenario, movía la cabeza presenciando desde la inocencia a la banda que por quince años ha conformado su padre.
Los Zuchos dicen ser una banda eternamente amateur, que nunca será realmente profesional, porque más que una banda de rock son una banda de amigos. Amigos que se han mantenido juntos y han aprendido del paso del tiempo. “Ahora afinamos mejor” dijeron sonriendo y denotando esos cambios inherentes que solo otorga la experiencia. Recalcaron la importancia de crear un espacio como este y apoyarse entre músicos. El poder darle una mano a bandas que necesitan ser visibilizadas, no por que no puedan, sino porque “Los Zuchos tenemos quince años de estar rajándonos la vida para que esto funcione y sabemos que es difícil. Nosotros lo hemos vivido, y nos ha tocado desde acarrear las tablas, llevar las cosas, buscar auspicios y putear a que nos paguen, cuando esta nota debería ser natural”. A pesar de todo, dijeron estar contentos con lo que ha supuesto este evento, poder darse el placer de compartir escenario con otras bandas y saber que en veinte años tendrán muchas historias que contar.
Luego subió al escenario Roberto Ávila y los Funjis. Escuchar a Roberto es tan hermoso que duele, trae a la mente a Victor Jara cantando Te recuerdo Amanda en 1973. La voz y el acompañamiento musical nos dejaron estáticos, combinando el sonido con las sombras de las personas en el piso lleno de lodo, el frío de las montañas y el sentir sin necesidad de tanto estímulo. Para ellos, se trata de mantenerse en un canto de todos y todas: cantos de amor, vida, queja, de bronca, en contra de las injusticias. Es un “abrir la cabeza y abrir el corazón”, sin saber a dónde llegarán pero sí el saber estar en el momento.
Bandas como El Ladrillo de Cristal, Alias, PerVersos, La Madre Tirana y Los Supersónicos también fueron parte de la pequeña pero a su vez gran muestra de bandas locales Mundanal Ruido que supuso un mes y medio de noches de insomnio y una deuda de 2200 dólares para sus organizadores. Pero también una manera de visibilizar que aunque estemos insertados en una sociedad adicta al entretenimiento y a la música emplasticada para vender, existen quienes creen que la música lleva en su hacer y compartir un efecto sanador a las personas, un enfrentarnos a nosotros mismos buscando respuestas a través de las formas más abstractas y sublimes del arte.
Este tipo de eventos hace también hincapié en la importancia de saber ser público, el asistir a recibir música de primera mano fuera de las pantallas y los sonidos comprimidos, para cerrar los ojos, guardar con el cuerpo y no con aparatos fuera de nosotros.