El estado de alerta es el estrago materno cotidiano
El mundo entraba en un estado de alerta por un virus. Las noticias decían que enfermó a cientos de personas y miles murieron. Los noticieros narran la desgracia de Wuhan, luego la de Italia, y la de España. Mi familia vive en Madrid. En seguida recuerdo su última visita para conocer a mi pequeña hija recién nacida. Solo han pasado algunos meses.
El 17 de marzo de 2020 empezó el toque de queda en Ecuador. Riri tiene más de un año y medio y aprende el significado de las palabras aunque no las pueda pronunciar. Le gusta señalar en su libro de vocabulario las imágenes de una pelota, un árbol, y un abejita.
Desde que se prohibiera salir a la calle, trabajo en casa y al mismo tiempo, limpio y ordeno. Mi mamá que es un gran espíritu, prepara los sagrados alimentos. Mi abuela se esmera en cocer las manzanas para una colada que endulza con miel. ¡Falta que la niña coma machica hijita! —indica como la guardiana de los conocimientos que ella es.
La pequeña Riri me ve en casa, y pide a su mamá. Pide más tiempo acurrucadas en la cama. Pide más paciencia para comer verduras y frutas. A veces me pone un tomatito cherry en la boca. Me toma de la mano para salir a explorar el jardín. Necesita investigar qué hacen las flores y los pájaros en las ramas de los árboles. Le gustan cuando tres pájaros visitan el patio de atrás mientras ella almuerza. Creemos también nosotros, su familia, que vienen a verla por la ventana.
Riri pide más consuelo porque le están saliendo sus dientes. El 31 de diciembre y el 31 de enero estuvimos en urgencias. En esas dos ocasiones, la salida de los dientes terminó en una inflamación aguda de garganta y oídos. Horas de nebulizaciones en el hospital. Vómito. Incertidumbre. Se siente una soledad tremenda. Estábamos solas. Por esa larga estación que representa superar la enfermedad de una hija con desvelos y tanto llanto. Y al día siguiente ir a trabajar.
“¡Ya tiene que endurarse!” —dijo el pediatra. Yo lloraba en la consulta porque recetaban más antibióticos. ¿Alguna madre primeriza me lee? El reproche contra la fragilidad de las madres primerizas. Una toz me pone en un estado de alerta. Me desequilibra como una torre sobre una cuerda floja. Tengo una caja completa de medicinas para enfermedades respiratorias: ibuprofeno, umbral, loratadina, amoxicilina. Se suman todos los frascos y cremas anti salpullido, pañalitis, alergia. Un largo etcétera.
Riri toma propóleo en spray para aliviar su malestar. Propóleo en gotitas. Jaraba de rábano con miel hecho por las monjas Conceptas. Agradezco al reino de las abejas por su humilde milagro. Abrazo más fuerte a mi hija. Nos bañamos juntas. Se da cuenta que tengo dos senos. Me pregunta por ellos. Le cuento que la alimentaba hasta hace poco con mi leche.
Dije un montón de veces en voz alta: “¡No estoy de vacaciones!”. Me dicen regresándome a la realidad. Las vacaciones se acabaron con la maternidad. ¿Maternar en cuarentena cuántas diferencias tiene con maternar a tiempo completo en tiempo ordinario? Duermo 5 horas diarias. Mi hija es una criatura nocturna. Pequeña abejita. No quiere perderse nada de la vida.
Antes de escribir este texto, Riri se durmió en mi pecho. Me enternece. Es muy duro guardar la cordura con tan poco descanso. Escribo con desvelo en las madrugadas cuando ella pequeñita se duerme dando batalla. Sus enormes ojos negros. Me pregunto cómo hizo mi mamá con tres hijos para no sentirse tan exhausta. Mi papá está aquí preparando los sagrados alimentos en la noche. La idea del virus nos hace discutir, llorar, reír, maldecir, y también orar.
Las abuelas rezan a la Virgen de Guadalupe y a la Virgen del Cisne. Repiten la oración que acompaña a las parturientas. Mi hija ya sabe que juntamos las manos para pensar en cosas lindas y desearlas. Un día, en ese deseo, amasamos pan con su papá en casa. Se rieron mucho leyendo cuentos. Le enseñó a brincar obstáculos. Y aprendió a decir “papá”.
Las mujeres sostenemos al mundo con nuestro útero. Las mujeres sentimos el sufrimiento de este mundo. La semana pasada participé en una reunión virtual de mujeres que narraban cómo una serie de malestares les aquejaba el útero. No el estómago. No el corazón. Infecciones, bacterias, hongos, dolor. Verbalizar el dolor de este mundo que pierde vida duele en el útero que tiene su propio latir.
A mí me duelen los ovarios desde que tuve que narrar el Paro Nacional de octubre 2019 y vi reírse a unas mujeres mestizas en el autobús mientras pasaba el cortejo fúnebre de los indígenas de Cotopaxi en los camiones que transportan animales y alimentos a Quito. Llevo desde el 31 de marzo reportando la epidemia del coronavirus y la he sentido como la Tercera Guerra Mundial. Estrés post traumático de reporteros de guerra. Escuché a mis amigos en Guayaquil contándome cómo sobrevivieron al COVID-19 pero sus familiares no. Y mi útero se puso a llorar. Me caía agua. Agua transparente. Porque yo no podía llorar.
Riri nos recuerda que existe el futuro. Es una promesa igual que el presente. Siempre le digo a B que hay que vivir el presente y por temor a que se rompa el ensueño, olvidé que se siembra para cultivar. Cuando Riri tenía dos meses, eran las 3 o 4 de la madrugada. La luz de la luna nos alumbraba por la ventana. Entonces yo dormía dos horas y despertaba a amamantarla. Estábamos las dos exhaustas. Pero ella me regaló su primera gran carcajada en la madrugada.
Son casi las 12 de la noche. La llevé a pasear en la oscuridad de la sala. Llora mucho porque le duelen las encías. De nuevo me sostiene abierto el gran misterio de sus ojos negros. No quiere dormir. Me acompaña a terminar este texto. Es mi compañera. Se vuelve a reír en la noche antes de batallar, antes de desear cosas lindas, antes de soñar. Mi pequeña abejita que reconoce el olor del pan amasado en casa, la voz de su papá y la gran carcajada de sus abuelos en la mesa a la hora de comer.
Investigadora en prensa, migración y derechos humanos. Cronista. Es conocida como Madame Ho en poesía. Premios: Primer lugar en Premio Nacional de Periodismo Eugenio Espejo [Ecuador, 2017]; segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía Ismael Pérez Pazmiño con Escrituras de Viaje [Ecuador, 2016]; primer lugar en Crónica del Cincuentenario organizado por la UABC con Relato de una foránea [México, 2007].