Migrar, resistir y educarse en línea
Samuel y Santiago comparten la única herramienta digital para acceder a clases: un celular con la pantalla trizada. Son hermanos y hace dos años abandonaron su casa. Ellos nacieron en Isla Margarita, ubicada al noreste de Venezuela. En ella dejaron sus computadoras, sus libros y sus comodidades. Dejaron una vida para construir otra en Cuenca.
Ahora sus padres redoblan esfuerzos para comprarles minutos de internet y así puedan acceder a sus clases por Zoom. No tienen dinero para contratar un plan de internet. Deyanira, su madre, dice que antes veían como un lujo tener este servicio, pero ahora se ha convertido en una necesidad que no pueden pagar.
Más de cinco millones de venezolanos han sido expulsados de su país. Y de acuerdo con UNICEF, en 2019 uno de cada cinco migrantes venezolanos era menor de edad. En el Ecuador hay 400.000 migrantes venezolanos, según los últimos datos del Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana, y cerca del 20 % son niñas, niños y adolescentes.
Con la pandemia, la niñez y juventud venezolana se enfrentan a un reto más: desafiar las dificultades para recibir clases desde sus casas. Muchos como Samuel y Santiago no tienen una computadora para hacer sus tareas, tampoco una tableta, mucho menos conexión a internet. Cuando pueden, reciben clases a través de los celulares de sus padres, o simplemente se limitan a repasar las fichas pedagógicas, las mismas que deben ser entregadas en un portafolio digital para aprobar el año lectivo.
Freddy Castro, director zonal de Apoyo, Seguimiento y Regulación de la Educación del Ministerio de Educación, reconoce que no existe un protocolo específico para atender las necesidades de niños migrantes, pero sí hay un acompañamiento a menores que necesitan una atención diferente. Este acompañamiento está a cargo del Departamento de Consejería Estudiantil, que es el responsable de detectar las necesidades de los estudiantes y proceder a la adaptación de los cronogramas curriculares. En los casos en donde los menores no cuentan con acceso a internet o herramientas digitales, el Ministerio ha implementado tres estrategias. En la primera los docentes se han acercado personalmente a las casas de los alumnos para impartir clases (estrategia poco usada debido a que los profesores deben cumplir con los horarios, atender a todos los estudiantes y por supuesto por problemas de movilidad).
La segunda es la gestión de tabletas o computadoras realizadas por cada Distrito. Y la tercera consiste en la coordinación de entrega de las fichas pedagógicas según las necesidades de cada estudiante
A decir del director zonal, las fichas pedagógicas, que son guías técnicas resumidas que permiten a los estudiantes acceder a los aprendizajes, contienen las mismas explicaciones que realizan los docentes en las clases digitales, por ello esta es la estrategia que más se aplica.
“A través de ellas los estudiantes van aprendiendo. La intención es quitarles un poco la preocupación, porque se cree que no están a la par de los demás estudiantes por no acceder a las clases digitales”, afirma Castro.
El Ministerio de Educación ha concretado convenios interinstitucionales para implementar el Plan Conectando al Futuro, a través de esta estrategia se han gestionado dispositivos electrónicos para “recortar las brechas existentes en cuanto a conectividad”. En Cuenca, se han gestionado con el Municipio 2.912 tabletas. No existe un número de cuántas de ellas fueron entregadas a estudiantes venezolanos.
Otra realidad
Deyanira, Karla, Enoc, Andreina y Óscar no han recibido ningún acompañamiento por parte del Ministerio de Educación. Son madres y padres de menores de edad que han recortado algunos gastos para costear el internet porque miran que es la única alternativa para que sus hijos no tengan “deficiencias en su proceso de aprendizaje”.
Enoc, padre de dos niñas, se ha visto obligado a contratar un plan de internet. Deberá reunir 26 dólares mensuales para pagarlo. Aún no sabe qué significa eso en su economía, si tendrá que recortar la comida o la vestimenta. Pero no puede permitir que sus hijas no accedan a clases.
Ningún docente ha golpeado la puerta de su casa, no ha llenado ninguna ficha para conocer su realidad y sus hijas continúan recibiendo clases a través de un celular.
Igual sucede con Deyanira, ella ha solicitado tabletas para que sus hijos tengan mayor comodidad, pero aún no recibe una respuesta.
Para Óscar Padrón, presidente de la ONG Migrante Universal, la inaccesibilidad a herramientas digitales afecta doblemente a los menores migrantes. Desde su perspectiva, “esto es un problema estructural. No atienden las necesidades ni con planes de internet, ni con dispositivos electrónicos”.
Estadísticas
En Ecuador 49.967 niños, niñas y jóvenes venezolanos asisten a unidades educativas, según el Ministerio de Educación. Pero este número podría ser mucho menor debido a su situación de movilidad, la tramitología para acceder a un cupo, la falta de dinero y un subregistro que invisibiliza la situación de los migrantes
Para este nuevo ciclo lectivo, que inició el primero de septiembre y terminará el 30 de junio del próximo año, se han matriculado 16.164 estudiantes más que el periodo anterior. Un leve aumento considerando que, hasta el año anterior, 54 mil niños y niñas migrantes venezolanos no asistían a la escuela, según Unicef.
En el Azuay en este ciclo se inscribieron 2.647 estudiantes venezolanos, el año lectivo anterior fueron 1.467.
Aún no hay datos exactos que revelen el motivo de este leve incremento, tampoco hay información sobre el número de menores migrantes que no tienen internet y herramientas tecnológicas, lo que para Oscar Padrón demuestra la poca importancia del Gobierno para dar seguimiento y acompañamiento a la comunidad migrante.
El futuro de Venezuela crece fuera de sus fronteras. Miles de niños, niñas y jóvenes abren caminos en medio de nuevos retos que ha impuesto la pandemia. Sus situaciones se han complicado y ante la falta de atención integral batallan junto a sus familias para tener un mejor futuro.
El deseo de volver a la escuela
Valery, Sara, Samuel y Santiago coinciden es sus deseos: quieren volver a la escuela. La pandemia los obligó a encerrarse en sus casas y perder el contacto con sus compañeritos. Aunque tres de ellos han sufrido actos de xenofobia, todos quieren retornar a las aulas, jugar con sus amigos y mirar a los ojos a sus profesores.
La pandemia ha golpeado fuerte a los menores de edad y a la población migrante colocándoles en situaciones mucho más vulnerables. En su informe de junio, UNICEF alerta sobre la necesidad de proteger y apoyar la niñez y juventud venezolana con acompañamiento integral para evitar daños irreversibles en su salud psicológica. Y esta contención por parte de las autoridades tampoco ha llegado.
Desde sus experiencias cuentan lo que ha significado adaptarse a esta nueva metodología de aprendizaje.
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Samuel quiere construir puentes
Samuel habla pausado. Mastica cada palabra antes de responder las preguntas. Tiene 12 años y está en octavo de básica. Quiere ser ingeniero civil, entendió a su corta edad la importancia de construir puentes para conectar sociedades.
Es más alto que los niños de su edad, le gusta la música y «odia” recibir clases a través de Zoom con un celular chiquito que tiene más de seis años y que trajo su papá desde Venezuela.
A veces no entiende lo que dice la profesora, prefiere leer la pizarra y no un cuaderno que se muestra en la pantalla. Le molesta que la voz de sus compañeros y maestra se escuche como un robot: “Es como un bit-bit profundo, inentendible y raro”, explica.Recurre a su padre que es educador para resolver algunos ejercicios de matemáticas o comprender temas de historia. Ansía ir a su escuelita, jugar con sus cuatro amigos en el recreo. Aunque el año anterior una compañera lo trató mal, él quiere volver a las aulas. “Prefiero las dos escuelas: la venezolana y la ecuatoriana, con tal que aprenda”, dice mientras sonríe tímidamente y se acomoda una gorra con los colores de la bandera de su país.
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Santiago sueña con ser futbolista
Santiago tiene un sueño: volver a clases y que desaparezca el COVID-19. Extraña todo de su escuela, ver la pizarra, escuchar a la profesora, jugar al escondite o a las cogidas en el recreo.
En 2018 tomó un vuelo desde la Isla Margarita hasta Colombia y luego un bus hasta llegar a Cuenca. El viaje duró dos días y fue la primera vez que se subió a un avión y sintió cosquillas en el estómago al despegar.
Extraña el mar y la arena blanca de la playa. Aún no se acostumbra al frío andino de su nueva ciudad. Tampoco se acostumbra a las clases virtuales, no entiende casi nada.
“Cuando habla alguien todos comienzan a hacerlo al mismo tiempo. Se corta y casi no ves nada. Pasas la página de Zoom para verles a tus amiguitos después de toda la cuarentena y todo está en negro”, dice con tono de reclamo.
Su materia favorita son las Matemáticas y le disgusta las Ciencias Naturales. Quiere ser futbolista. Santiago está en quinto de básica. Cuenta que una vez una de sus profesoras le pellizcó. No sabe muy bien si fue un acto dirigido hacia él por su nacionalidad o porque simplemente ella perdió la vocación. Ya no quiere pensar más en eso.
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Valery se inspira en Beethoven
En una hoja en blanco, Valery dibuja las teclas de un piano y sueña que es una música famosa. En su imaginación toca la composición “Für Elise” (“Para Elisa”), del alemán Ludwig van Beethoven, su pieza favorita.
Tiene 11 años, cursa el quinto de básica, aunque por su edad debería estar en un grado superior. Ella y su hermana no pudieron estudiar un año porque el Ministerio de Educación del Ecuador les asignó un cupo en escuelas distintas y distantes. Para sus padres fue imposible combinar tiempos y recursos para trasladarse todos los días de un lugar al otro.
Valery extraña un poco la escuela. Su mayor dificultad es entender a la profesora porque la comunicación es defectuosa y cuando le pide que repita lo que explicó, la profesora le dice que busque una mejor conexión. Tiene pocos compañeros y no le gusta recibir clases con su actual profesora porque el año anterior la acusó injustamente de robarle un dólar.
“Mi abuela tuvo que pagar de su bolsillo y ese dólar era para comprar comida”, confiesa con la madurez de una persona mayor. A pesar de todo añora estar en un aula llena, reírse de sus compañeros que alzaban la mano al mismo tiempo para responder las preguntas de la maestra.
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Sara será la mejor jinete
Sara tiene siete años, el cabello negro, ojos redondos, piel morena y modales envidiables. Pide permiso para tomar la palabra, agradece por el vaso de agua que su hermana le ha servido y acomoda la silla al levantarse.
Desde hace tres años y medio vive en Cuenca con sus padres, su abuela y, Valery, su única hermana. Su comida ecuatoriana favorita es el encebollado. No le gusta el béisbol, pero sí el fútbol. Ha adoptado algunas palabras características del vocabulario cuencano y le gusta los parques que tiene la nueva ciudad que la acoge.
No le gusta recibir clases a través del celular, le resulta incómodo. Con su mano izquierda toma el celular y con la otra intenta escribir lo que dice la maestra. Sara quiere que todo vuelva a la normalidad.
Tiene varias amigas y está triste porque no puede jugar con ellas. También extraña el recorrido que hacía todos los días para ir a su escuela.
Su materia favorita es Lengua y Literatura Española. No le gustan los números. Cuando sea grande quiere montar a caballo y ser la mejor jinete.
Confiesa que quiere que la pandemia se acabe y que “ya no mueran más viejitos”.