Maternidad, maternar, mamífera, animal
De pronto me encontré, parada con la escoba en la mano y diciéndole al Pablo Camilo -mi hijo de tres años- que si no recoge los juguetes voy a barrer lo que esté en el piso y mandar a la basura. Así como chapa. Pienso: qué decepcionada estaría mi yo de 8 años, por ejemplo.
¿Cuándo pasó eso? ¿Cuándo dejé de andar descalza para pasarme jodiéndole a mi hijo todo el día con la misma cantaleta: “este rato te pones las pantuflas que te vas a enfermar”? Él dice que no las encuentra, porque ni siquiera busca (ahora me río) y entonces se me viene la frase cliché de las mamás y en mi mente aparece ese meme que dice: vamos di lo tuyo, y claro, lo digo: “¿si yo encuentro, qué te hago?”, (me río otra vez). A veces me salen esas frases sin pensar y otras veces las digo a propósito, así como para ya de una vez actuar como lo que viene siendo una mamá. Por eso también le digo guambra de mierrrda, con muchas erres y me río (para no llorar como dicen); y me pasó todo el día, todos los días repitiendo: ¡ay diosito! (aunque no sea creyente) o suspirando como mi abuela para que mi cerebro se oxigene bien y pueda aflorar mi paciencia.
P A C I E N C I A
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He pasado por cuarentena dos veces en mi vida, esas dos veces fueron justo después del parto. Tenía estados de ánimo parecidos a los que tengo ahora: ansiedad, miedo de que se enfermen (verificando si están respirando o no, si les salía un granito, si se escaldaban, si tenían gases: ¡dios, los benditos gases!), momentos de depresión que debía controlarlos porque si estás muy triste o tienes mucha rabia te dicen: ¡Cuidado que todo siente el bebé, todo le pasas con la leche! Sólo que ahora ya no hay visitas, ni felicitaciones por el nuevo bebé.
Llegó la COVID y nos encerró en la casa. Mi esposo y yo tenemos que buscar la manera de organizarnos entre las tareas domésticas, los guaguas y el teletrabajo. Hay juguetes por todas partes.
Cuando apareció la COVID-19, ese miedo que desarrollamos muchas mamás, de que los virus están en todas partes y si los guaguas tocan algo se pueden contagiar, se volvió real. Lo primero que buscaba en Google cuando apareció la pandemia era información sobre la incidencia en niños, me aliviaba saber que el porcentaje era muy bajo pero aún así cuando se decretó el aislamiento llevé a mi hijo y a mi hija donde su doctora para que los revisara. Todo estaba bien hasta que dos días después mi hijo tuvo fiebre, vía WhatsApp me indicaron que le de paracetamol, por suerte tenía, pero la fiebre volvía. Él andaba con los ojitos hundidos y unas ojeras profundas. Coincidencialmente me llegaban noticias de un niño fallecido por COVID en el país. La ansiedad y el miedo estaban a tope, por fortuna al tercer día la enfermedad cedió, el apetito regresó y él volvió a estar como si nada, dejándome las ojeras a mi.
Después de una semana. el Pablo Camilo empezó a sentir el encierro. Extrañaba, sobre todo, a mi mamá, a quién veíamos casi a diario porque vivimos en el mismo barrio y somos muy cercanas. Con mi esposo, tratamos de explicarle que es imposible salir porque podemos enfermarnos, desde entonces todas las mañanas nos pregunta si ya pasó la enfermedad, y se pone bravo cuando le decimos que no. A pesar de que hemos tratado de ir mejorando las respuestas diciéndole que aún falta pero poquito, él tiene muchas iras de no poder salir. Cada vez que escucha las propagandas que repiten: “quédate en casa”, él se enfurece y me dice que quiere que “esos tontos se callen”, que ya no digan eso. Ya casi no escuchamos las noticias para evitar que él oiga sobre el virus, las muerte y los políticos. Si mi esposo y yo queremos comentar sobre el vipi-rupus, lo hacemos así usando el idioma de la p para que él no entienda. Él se hace el que sabe y repite sílabas con “p” sin sentido. Tiene mucho malgenio y ahora le encantan los Gorillaz.
A veces subimos a la terraza, él coge piedritas (que no se de donde saca) y las lanza diciendo que va a acabar con el virus. Se pone a jugar que mata a la Covid y cuando hace ese tipo de cosas me sacude, me ayuda a dimensionar cómo él asimila la realidad y la convierte en juego. Recuerdo mi infancia: jugábamos en el patio de la casa de mi abuela con mis primas y de pronto una de ellas gritaba “el monstruo de los Andes” y todas corríamos, aunque no sabíamos exactamente qué era, sólo teníamos una leve idea de lo que nos llegaba de las conversaciones de los adultos. Cuántos niños gritarán ahora: “nos coge el coronavirus” y saldrán corriendo.
A la Juliana -mi bebé de 9 meses- la cuarentena le cayó de maravilla porque volvió a tener a la mamá (más bien a la teta) a su disposición. Hace poco empecé a trabajar fuera de casa y a ella le tocaba tomar leche, que yo me extraía todos los días, en una teta de plástico, pero ahora puede lactar cuando le da la gana. En lo que va del aislamiento, a ella le salieron dos dientes, aprendió a gatear, a saludar, ya empezó a pararse, se mete los legos en la boca y ya se cayó de la cama. La Juliana y el Pablo Camilo juegan, pelean y tienen que, necesariamente, estar sobre mi, ya sea en la cama, en el escritorio, en la cocina, en la sala… Están atrás mío como los pollitos, no sólo la Juliana y el Pablito, también nuestra perrita Mariluna. Los tres suelen meterse debajo de mi escritorio mientras trabajo, y yo a veces me desespero.
El plan maestro para aniquilar el virus
Pablito no quiere enfermarse
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Rutina de Cuarentena
Me ha pasado desde que soy mamá: sentir que todo te toma el doble del tiempo, que no alcanzo a hacer lo que quiero o lo que me propongo. Aunque tengo la fortuna de trabajar desde casa, durante la cuarentena ha sido muy complicado y cansado (en serio envidio a esos que parece que estuvieran de vacaciones). La habitación propia para mi no existe, he puesto mi escritorio en el cuarto de los juguetes para poder ver a mis hijos mientras trabajo. Todas las actividades se cruzan en un mismo espacio y en un mismo momento. Al otro lado de la pantalla de zoom (por donde mucha gente trabaja ahora) nadie se imagina que aquí adentro de mi casa está sucediendo el mundo mismo: un micromundo.
A veces, me acuesto en la noche sin haber cumplido todos los objetivos planteados, me pongo a recapitular mi día para ver qué hice y termino sorprendiéndome por todo lo que pasé. Más aún si tomo en cuenta lo poco que duermo porque la Juliana se despierta al menos 3 veces durante la noche. Entonces resumo: la Juli me despierta a las 7, me levanto, le cambio el pañal, le visto, luego tiendo la cama, le cambio la ropa al Pablo Camilo, pero antes le llevo al baño, tiendo la cama de él, le doy el desayuno, le doy de lactar a la Juli mientras trabajo en la computadora, luego le dejo en el piso para seguir trabajando, debo darme la vuelta de rato en rato para ver que no se meta nada en la boca, me levanto para sacarle lo que se metió en la boca, trato de concentrarme nuevamente y el Pablo Camilo (que estaba abajo con su papá) sube y se pone a jugar con la ñaña, le hace cariños pastusos, le digo que no sea grosero, pasa un rato y ella llora, le hablo a él y le amarco a ella que no quiere que le suelte quiere que la consuele. El Pablo Camilo me dice que juegue con él, que deje de trabajar, le explico (por enésima vez) porqué deben trabajar los papás, le subo una manzana a la Juli y le doy un guineo a él, trabajo, pasan unos 30 minutos y la Juli se acerca para que le amarque, ya tiene sueño entonces le doy de lactar mientras trato de seguir trabajando usando solo la mano derecha, el Pablito ha bajado a ver a su papá, cuando la Juli ya está dormida le acuesto, le retiro el seno, estoy a punto de levantarme pero ya escucho lo peor: viene el Pablo Camilo sin saber que la ñaña duerme y sube con la Mariluna atrás, suenan los pasos de él y las patas de la Mariluna, Me apresuro a decirle que no haga bulla, ¡uf! un alivio, esta vez no la despertó, cuando lo hace, es todo un proceso que vuelva dormir. Por ahora puedo seguir trabajando, le mando al Pablo Camilo donde su papá que está cocinando (gracias a la vida él cocina y cocina delicioso).
Cuando está la comida lista bajamos a almorzar ya con la Juli despierta. Se despliega el campo de batalla papá y mamá versus Juli y Pablito, la victoria es que coman toda la comida, esto nos toma bastante tiempo. Subo a la reunión del trabajo cuando hay o a seguir trabajando, los dos están con el papá pero cualquier momento me interrumpen, tendré que levantarme a darle de comer a la Juli y hacerle dormir. Tengo clases dos horas en la noche, después de eso, la comida y el ritual previo a dormir: ponerles la pijama, hacer que el Pablito vaya al baño para que no se orine en la cama, lavarles los dientes, ver la tele o contar un cuento y dar de lactar hasta que se duerma. Me propongo que cuando se duerman iré a leer o escribir, pero suelo fracasar en el intento, termino dormida en la cama de mi hijo o dándole de lactar a la bebé y cuando logro quedarme trabajando por la noche, al día siguiente siento el chuchaqui seco.
Además de descargar lo que siento, quiero plantear un par de cosas: esto no se debe obligar a nadie, esto debe ser deseado. La maternidad no sólo es y ya, la maternidad se ha construido y romantizado como una sola con ciertos parámetros que cumplir, fíjense no más en los titulares del día de la madre. Yo, como mamá, me quejo y defiendo el derecho a quejarme y equivocarme, a no ser solo abnegada y entregada, menos aún en este sistema en el que, hoy estamos viendo más que nunca por la cuarentena, cómo la división sexual del trabajo pone la mayor carga sobre los hombros de las mujeres.
No puedo hablar de la maternidad, podría hablar de mi maternidad. Pensé en eso y solté los dedos para que teclearan lo que viniera a mi mente:
Poner el cuerpo. Atravesar el cuerpo. Senos caídos, cicatriz que divide el cuerpo en dos y que duele más cuando me estreso, así como mi espalda torcida. MIEDO. Esto no se le puede obligar a nadie, esto NO se le debe obligar a nadie. Ser mamá y estar a favor de la despenalización del aborto; y que se asusten por eso.
Cortar 40 uñas, limpiar traseros, dar de comer, vivir dos veces, llorar y reírse (en el mismo día, en la misma hora), volver a descubrir el mundo. Mamífera pura: oler, besar, morder, acurrucarse como cachorros, también gritar y sentir culpa, culpa todos los días. Aún más cuando eres mujer y hay todo un discurso, todo un estereotipo construido sobre cómo debe ser una mamá.
Culpa por trabajar, por no trabajar (o sentir que no trabajas cuando estás en la casa porque nadie te paga por cuidar), por alzar la voz, por darle el celular, por ponerle la televisión para poder hacer cosas, por dejarle comer golosinas. Sentirte juzgada. Estar furiosa y terminar riendo porque en medio de la carajeada él te dice “simpática” pensando que es algún tipo de ofensa; y entonces te sacude diciendo: soy inocente, todo es INOCENCIA; y yo no quiero dañarle, y yo no quiero que nadie le dañe. Es AMAR.
Mirar de frente la fragilidad de la vida. Dar de comer, el objetivo de una madre es embutir la comida a los hijos por el resto de los días. Esperar a que se duerman para comerte un chocolate sola, sin compartir con nadie.
Ver a tu madre, a tu abuela y a tu suegra y pensar cómo carajos hicieron, ahí están ellas teniendo el control sobre todo, y yo estresada, desesperada. ¿Será que me quejo mucho? ¿Por qué nunca me dijeron lo fuerte que es esto? o será que ya ahora no les parece para tanto. Así como cuando tienes contracciones y sientes que se te abren las caderas, te cortan y te sacan un humano de adentro y te duele bestialmente pero luego “pasa” y tienes otro bebé. ¿Cómo?