Monserrath Tello: Ojalá algún día el sistema nos permita tener más tiempo nuestras hijas, con la misma demencia que nos exige ser productivas"
Por Sofi Carrillo
Monse habla tranquila, pero firme, se ríe de los absurdos y de los problemas, mueve las manos para enfatizar lo que quiere decir. Su rostro es delgado y su cabello negro, tiene el don de la palabra y un inconfundible acento cuencano. Está sentada en su antiguo estudio en la casa de sus padres, al que volvió junto a sus dos hijas y su esposo por la crisis que provocó la pandemia.
Como el amor más profundo y sincero, así define Monserrath Tello la aventura de ser mamá. La maternidad llegó hace cuatro años con Asiri, su primera hija, y hace casi dos años con Valentina.
Durante sus dos embarazos fue tratada como “madre añosa”, pues para algunas personas “graduarse” de madre a los 38 años es tardío. Con su primera hija visitó una gran cantidad de ginecólogos, pero ninguno le quiso ayudar con un parto respetado, “yo a la brava, igual me hice tratar con mi ginecóloga de toda la vida y mi primera guagua nació con parto respetado en un centro obstétrico, digamos en el consultorio de Elvia Martínez” (Martínez es obstetra y en su consultorio se pueden tener partos humanizados). Se emociona cuando cuenta que su segunda hija nació en casa: “yo no alcancé a llegar, iba a dar a luz en el Carlos Elizalde, que es uno de los pocos- eso también es otra cosa linda- es uno de los pocos centros que te permiten hacer parto cultural, o parto respetado en el que tú puedes llevar a tu partera y no necesariamente ir con un ginecólogo, pero estás atendida en un centro de salud.” En ese segundo parto, Monse tuvo una complicación que no es previsible, dice mientras levanta y agita la mano. “Pero si no hubiera estado la Carmen (su partera) yo me moría.”
Trabajar maternando
Antes de la pandemia, cuando su primera hija aún era bebé, su maternidad no estaba divorciada de su trabajo. Para ella, el día era ponerle a la Asiri en el canguro e ir a trabajar a las sesiones de concejo cantonal o a las marchas…ella era su compañera. Como servidora pública y feminista veía/ve la importancia de visibilizar. “Yo en ese tiempo era concejala y decía si uno no pone el ejemplo, no hace una acción política de visibilizar en los medios laborales.”
La Valentina tenía entre 7 y 8 meses cuando empezó la pandemia, con ella es otra historia…
Según datos de la Oxfam, a nivel global, el 42 % de las mujeres en edad de trabajar no forma parte de la mano de obra remunerada, frente al 6 % de los hombres, debido al trabajo de cuidados no remunerado que deben asumir. Asimismo, datos en la página de GAMMA reflejan que en América Latina, al 36.5 % de las mujeres con hijos menores de 5 años, la pandemia las ha dejado fuera del mercado laboral.
Ser mamá y querer trabajar en un Estado que no vela por los derechos fundamentales, no son buena combinación. Las mujeres, generalmente, deben escoger entre criar a sus hijos e hijas o laborar fuera de casa.
Monserrath fue concejala de Cuenca desde 2014 a 21019, en febrero de 2020, un mes antes del confinamiento por la covid-19 en Ecuador, asumió la dirección del Museo y Parque Arqueológico Pumapungo.Tras abrirse las convocatorias para el directorio del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), decidió participar. Envió su carpeta, en esta primera etapa tuvo el mejor puntaje. La siguiente instancia consistía en una prueba, esta sería rendida en Quito con una convocatoria de dos días de anticipación.
“Yo les escribí, les dije que no podía viajar, que era bastante complicado; porque, además, nos están convocando con dos días. En medio de una pandemia, había paro en el país, restricción de movilidad y soy madre lactante. Era poner en riesgo también a mi hija. Me respondieron, me dijeron que no, que hay un reglamento. Tomamos la decisión como familia, cogí una buseta, no tenía ni plata, impensable pensar en avión. Me fui, di el examen y regresé por las mismas”, se ríe y agrega: “No teníamos tampoco vehículo, porque nos robaron el cerebro de mi carro. Era una desgracia tras otra”.
Luego de dar la prueba, vino la tercera etapa: la entrevista. Monse se adelantó enviando un mail solicitando que le hicieran la entrevista virtualmente, explicando los motivos, entre ellos que era madre lactante y que el tiempo de aviso era corto. La respuesta fue la misma: hay un proceso que seguir, pero esta vez agregaron algo más:
“Usted no ha certificado ser madre lactante.” ¿Suena gracioso? ¿Absurdo? Sí, a Monse también le pareció, y se preguntó:
“¿Cómo quiere que pruebe?, ¿quieren que me saque la leche del seno?, ¿mande a hacer una prueba de ADN?, ¿le traiga a mi hija y le ponga a lactar?, ¿le pida un certificado al pediatra?, ¿quién me certifica que soy madre lactante?”.
No pudo presentarse a la entrevista por residir en Cuenca. Considera que, además de ser discriminatorio para ella como madre, es una muestra más del centralismo porque a los postulantes extranjeros sí les permitieron hacer por Zoom. ¿Cuáles son las garantías del Estado? ¿Hay alguien que vele por los derechos?
En su rostro delgado, su mirada y su voz firme se reconoce a la mujer que está luchando por sus derechos. Monse puso una acción de protección y el proceso “ahorita está suspendido. El INPC, por lo menos, suspendió el concurso hasta que el juez se pronuncie”.
Si gana la acción de protección, el INPC deberá hacerle la entrevista.
Maternar trabajando
Monse es el sustento de su hogar, lo ha sido durante toda la época de pandemia. Su rutina se divide entre el trabajo de la universidad, las reuniones y las interrupciones inesperadas de sus dos hijas.
La nueva dinámica de convivencia y la fusión entre espacio público y el privado le ha significado a Monserrath una dificultad: distanciar y diferenciar el espacio laboral con el espacio que requieren sus hijas. “Con la pandemia, el espacio laboral se ha mezclado tanto, ha invadido, creo yo, el espacio de los niños”, dice al otro lado de la pantalla.
En ese vaivén de combinar y separar, Monse no puede contar el número de interrupciones que recibe al día mientras trabaja y que la llevan al límite. “A veces se me va y termino gritándoles: yaaa, déjame trabajar”, dice imitando un grito controlado. En sus redes sociales, ella también deja saber lo que siente y piensa del entorno. “Ojalá algún día el sistema nos permita tener más tiempo con ellas, con la misma demencia que nos exige ser productivas.
Las autoridades, las instituciones obligan a cumplir las 8 horas", ¿pero cómo se divide eso entre cocinar, atender guaguas, acompañarles a la escuela, limpiar, hacer informes.....teletrabajar?”
Datos del INEC reflejan que hasta el 2017, en Ecuador, las mujeres desarrollaban el 76.8 % del trabajo no remunerado, frente al 23.2 % de los hombres. La Oxfam ha calculado que tan solo el trabajo de cuidados no remunerado que realizan las mujeres aporta a la economía un valor añadido de al menos 10,8 billones de dólares anuales, una cifra que triplica la aportación de la industria de la tecnología (a nivel mundial).
Según la publicación “Pandemia sanitaria y doméstica. El reparto de las tareas del hogar en tiempos del Covid-19” de la Universidad de Zulia, existen varios estudios que sostienen que los hombres más igualitarios son aquellos que comparten el hogar con una mujer feminista o exigente de sus derechos y deberes. Y sí, Monse es feminista.
Ella comparte varias tareas con su esposo: “mi pareja aprendió a cocinar (durante la pandemia), no sabía cocinar casi nada y aprendió a cocinar todo. Ahora cocina hasta mejor que yo, realmente se ha puesto full creativo. Esa es una de las cosas positivas”, dice mientras sonríe. Aunque dividen tareas y su pareja hace su parte, la carga para las mujeres sigue siendo mayor. Hay tareas que él (su esposo) no hace “cosas tan simples como ordenar el cajón de ropa de las niñas, no. Lavar los pañales, no” (ríe). Sin embargo, reconoce el esfuerzo que hace al intentar entretener a sus hijas sin pantallas. De todas maneras, al finalizar la actividad laboral, ella sale a “calentar la comida, darles de comer, cepillarles los dientes, bañarles, cambiarles, jugar que es otro tema importante y necesario, pero a veces la energía me rebasa”.
Además, que sus hijas a cierta hora demandan de mamá, sobre todo la menor. Para Monse la hora de dormir es un momento desdibujado, porque “tengo una cara de cansancio, porque ya desde hace meses tengo que levantarme por lo menos unas dos veces para atenderles y eso es lo jodido.”
En el espacio inseparable hogar-trabajo también hay momentos de alegría, con brillo en los ojos y una sonrisa discreta, cuenta que eso llega cuando su hija entra a su estudio, dice: “te amo, mamá”, y se va. Ahí te sientes tranquila”.
Monse continúa compartiendo espacios, dividiendo roles, aprendiendo las nuevas dinámicas de vivir y maternar, de ser pilar económico dentro de una familia de cuatro y encontrando estrechos espacios de tiempo disfrutar(se).